Saturday, January 13, 2018

Alemania, Suecia: ¿La inmigración, una oportunidad para el antisemitismo? - Luc Rosenzweig - Causeur



Un amigo alemán me contaba las desventuras de una joven pareja de Berlín que había respondido con entusiasmo en 2015 al llamamiento de Angela Merkel de abrir los brazos a los inmigrantes que llegaban desde el Oriente Medio, muchos de ellos sirios que huían de la guerra civil.

Propietarios de un estudio, esta pareja sacrifica el cobro de un alquiler para que esté disponible para dos jóvenes refugiados sirios a los que los servicios sociales de Berlín brindan los beneficios proporcionados a los solicitantes de asilo: cupones de comida, suscripción gratuita al transporte público, dinero de bolsillo (84 € por mes), curso de alemán, etc.

Al principio, las relaciones entre los anfitriones y los albergados se reducía a lo esencial debido a la brecha lingüística. Unos meses más tarde, cuando los sirios tienen unos medios de expresión más elaborados en el lenguaje de Goethe, el diálogo se vuelve más rico. Cuentan su odisea y quieren, lo que es bastante normal, expresar su gratitud: "Saben, les dijo uno de ellos, nosotros en Siria tenemos una gran admiración por los alemanes". Ante la mirada interrogante de la joven pareja, continuó diciendo: " Ustedes se las arreglaron para deshacerse de sus judíos, mientras que nosotros, en el Oriente Medio, todavía estamos sufriendo la opresión de los sionistas". No sabemos el resultado, pero la pareja alemana fue lo suficientemente impactada como para contar el episodio.

El único estudio disponible sobre el tema, llevado a cabo por el Ramer Institute for Judeo-German Relations a petición del American Jewish Committee, y basado en docenas de entrevistas en profundidad con refugiados recientemente llegados a Alemania, muestra que la dolorosa experiencia de nuestra pareja de humanistas de Berlín no es ninguna excepción. El estado de espíritu de sus invitados está muy presente entre los recién llegados, a excepción de los que pertenecen a minorías oprimidas en Siria e Irak, es decir: cristianos, yazidíes, kurdos.

Nadie había informado a los voluntarios de la Willkommenskultur merkeliana que el formateo social y escolar en la Siria de Assad incluye una visión hostil no sólo del enemigo israelí, sino de los judíos en general, tal como es perfectamente descrita en la autobiografía en cómics de Riad Sattouf, "El árabe del futuro", cuya publicación en alemán, sin embargo, coincidió con la llegada masiva de los solicitantes de asilo en el país.

Para los alemanes, el antisemitismo y el nazismo forman una pareja inseparable, y el vientre de la "sucia bestia" no podía ser fecundo más que en las aguas pútridas de la extrema derecha.

Entonces, es con asombro y estupefacción que el público de Alemania ha descubierto en las últimas semanas que nuevamente era posible gritar "!Muerte a los judíos!" en las calles de Berlín. Estos llamamientos al asesinato de judíos no fueron pronunciados por unas pocas docenas de cabezas rapadas nostálgicos de Hitler, sino en idioma árabe por varios cientos de manifestantes que se reunieron frente a la embajada de los Estados Unidos para protestar contra el reconocimiento por Donald Trump de Jerusalén como capital del Estado de Israel . Por primera vez desde 1947, las banderas de la Estrella de David fueron incendiadas públicamente en la antigua capital del Reich. Angela Merkel "se quedó sin aliento" y declaró: "Condenamos enérgicamente todas las formas de antisemitismo y xenofobia, y utilizaremos todos los medios del estado de derecho para luchar contra ellas".

Los periódicos del grupo Springer, más orientados hacia la derecha, hicieron sonar la voz de alarma: el tabloide Bild-Zeitung (4 millones de copias diarias) informaba en primera página del regreso del antisemitismo en Alemania, describiendo los abusos sufridos por los "judíos visibles" en el espacio público alemán, con multitud de abusos verbales y escupitajos por parte de individuos "de la inmigración" . En un editorial solemne del diario de "calidad" del grupo Springer, el Die Welt, su director Mathias Döpfner consideraba que la condena de la manifestación de Berlín por la canciller Merkel era ampliamente insuficiente y proponía prohibir en el territorio alemán a cualquier líder de un país de la Liga Árabe que hiciera amenazas de destrucción contra el Estado de Israel."Hay un límite para nuestra renuncia a los valores liberales. De lo contrario, éste sería el comienzo de la sumisión. Y basta con abrir un libro de historia para ver hasta dónde puede conducir esto".

En Suecia, la situación es aún más preocupante. En este país, que ha acogido a más refugiados que Alemania en proporción a su población durante la gran ola migratoria de 2015, no fue suficiente con gritar consignas antisemitas durante las protestas contra Trump en Estocolmo y Malmö, sino que de las voces se pasó a los actos: el 9 de diciembre, la sinagoga de Gotemburgo, donde se celebraba la fiesta de Hanukkah para los jóvenes de la comunidad judía de la ciudad, fue atacada con cócteles molotov.

El gobierno sueco, que no tiene los mismos escrúpulos históricos sobre Israel que su contraparte en Berlín, no ha dejado en los últimos años de ponerse del lado del mundo árabe-musulmán: encabezando en la UE las condenas del Estado judío, Suecia fue en octubre de 2014, el primer (y único) estado de la UE en reconocer al estado palestino. Su actual ministra de Asuntos Exteriores, la socialdemócrata Margot Wallström, ha convertido en una especialidad muy notoria sus "ataques a Israel" hasta el límite. Así declaraba después de los ataques de Bataclan en París: "Hemos llegado a una situación similar a la que prevalece en el Oriente Medio, donde sobre todo los palestinos encuentran que no hay futuro para ellos. O aceptan esta situación desesperada o recurren a la violencia". Se puede entender perfectamente que Israel la haya declarado persona no grata a esta ministra sueca de izquierdas, cuya "sutileza geopolítica es notable". Su propio líder, el primer ministro sueco Stefan Löfven, preguntado y presionado sobre este nuevo antisemitismo vinculado a la inmigración árabe-musulmana, simplemente logró responder: "Tenemos un problema en Suecia con el antisemitismo, y no importa de quién venga, !de todos modos es malo!".  El dirigente sueco tuvo mucho cuidado en no nombrar a los perpetradores, mientras que solo el 3% de los actos antisemitas en Suecia se pueden atribuir a la extrema derecha.

Mientras tanto, la prensa tabloide sueca, que en el 2009 acusaba de manera despreciable y sin ninguna evidencia a Israel de un tráfico de órganos robados a activistas palestinos muertos por el IDF, seguía con sus trece y titulaba así: "El ataque con bombas de la sinagoga (Gotemburgo) está vinculado a Trump". En ese contexto, no debería estar prohibido boicotear a Ikea, cuyo fundador y omnipotente jefe Ingvar Kamprad fue miembro en su juventud de los jóvenes suecos pro-nazis.

Para nosotros, franceses, que tenemos una larga experiencia en la negación de este nuevo antisemitismo procedente del Oriente Medio, las noticias que nos llegan hoy desde Alemania y Suecia pueden parecer benignas: hemos visto cosas mucho peores en Toulouse y en el Hyper Cacher. En los últimos años, Francia es el único país occidental donde los judíos han sido asesinados por lo que son, por personas que afirman librar una guerra santa en nombre del Islam. En el 2000, cuando esta agresiva judeofobia se estaba instalando en los territorios perdidos (los suburbios de población inmigrante) de la República, nos hubiera gustado que los principales periódicos hubieran estado a la vanguardia de la resistencia a esta barbarie. No fue ese el caso, y la tentación de una sumisión al estilo sueco todavía está muy presente aquí. Esta reflexión es para fomentar un poco de modestia.

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