Friday, March 23, 2018

La invención del judaísmo. Torá e identidad judía desde el Deuteronomio hasta Pablo de Tarso - John Collins - Aso.org



En el siglo II a.C., el rey sirio Antíoco Epífanes emitió un decreto que proscribía las leyes ancestrales de Judea. El templo de Jerusalén fue tomado y renombrado para Zeus Olympios. Se prohibió a las personas practicar las costumbres judías tradicionales, como la circuncisión por ejemplo, bajo pena de muerte. Según Macabeos 2, capítulo 6, "era imposible guardar el sabbat, observar las fiestas ancestrales o confesarse abiertamente como un Ioudaios".

Mi nuevo libro retoma la pregunta: ¿qué era lo que uno no podía confesar que era? Se ha debatido en los últimos años si “Ioudaios” debería traducirse como "judeano o judaíta (de Judea)" o "judío". La mayoría de las personas en el mundo antiguo fueron designadas por términos que indicaban su patria: romanos, moabitas, egipcios, etc. Cada uno tenía sus costumbres tradicionales y sus leyes ancestrales, que correspondían en parte a lo que hoy llamaríamos religión. En el caso del judaísmo, las leyes ancestrales fueron identificadas como las leyes presuntamente otorgadas a Moisés en el monte Sinai. Estas fueron las leyes proscritas por Antíoco Epífanes. Su observancia estaba indicada especialmente por prácticas que tenían un valor simbólico de marcadores étnicos, como la circuncisión, la observancia del sabbat y las festividades religiosas. Está claro que Epiphanes no prohibía a las personas decir de dónde (y quienes) eran. El decreto presuponía una comprensión normativa de lo que significaba ser un “Ioudaios”: observar la Ley de Moisés, al menos en sus prácticas distintivas. Lo que Epifanes trató de hacer fue suprimir la identidad distintiva del pueblo de Judea, proscribiendo la formulación tradicional de su forma de vida.

La Ley de Moisés estaba bien establecida en el siglo II a.C. e inclusive durante algunos siglos anteriores a ese. Según la tradición judía, la Ley fue dada a Moisés en el monte Sinai. No obstante, la erudición moderna sitúa su desarrollo muchos siglos después. El primer intento de formular (de alguna manera) una Ley exhaustiva se encuentra en el Deuteronomio, que parece haberse originado a fines del siglo VII a.C., en el reinado del rey Josías, aunque en vista de su restricción del poder del rey es poco probable que fuera promulgada por Josías. Durante el exilio en Babilonia, el Deuteronomio se expandió y se combinó con otros materiales tradicionales, incluidas las leyes sacerdotales, para componer la Torá tal como la conocemos. Esta Torá en particular parece que no tomó parte en la restauración de Judea después del Exilio. Parece que se desconocía en Judea antes de la llegada de Ezra (Esdras), que por lo general dataría de 458 a.C. (Según el Libro de Ezra, la gente en Jerusalén desconocía el festival de Sukkoth).

La Ley también era desconocida para los judíos de Elefantina, la guarnición isleña situada en el sur de Egipto, aunque se intentó informarles sobre las fechas de la fiesta de los Panes sin levadura, de acuerdo con la legislación sacerdotal. Ezra obtuvo el respaldo del rey persa para establecer la Torá como la ley ancestral oficial de Judea. Intentó implementarla forzando a las personas a divorciarse de sus esposas extranjeras y observar las festividades. Sus reformas parecen haber sido de corta duración, pero estableció el estatus de la Torá como expresión normativa de la ley ancestral de Judea. Sin embargo, incluso después de la época de Ezra, la Torá no jugó un papel relevante en los libros sapienciales tradicionales de la Biblia hebrea (Proverbios, Job, Qoheleth) o en los relatos de la Diáspora (Ester, Daniel 1-6). Otros corpus de literatura, especialmente la compuesta en arameo, basados principalmente en las narraciones del Génesis, consideraron a la Torá como una fuente de sabiduría en lugar de la Ley. La literatura de Enoc se basó en gran medida en los primeros capítulos del Génesis, pero posicionó a Enoc, en lugar de a Moisés, como el mediador de la revelación, y prestó poca atención a la Ley de Moisés.

El estado oficial de la Torá después de la época de Ezra no implicaba que se observara de cerca. Más bien, tenía una importancia icónica, en el sentido de que la gente la reverenciaba incluso si no prestaba mucha atención a su contenido. Esta importancia icónica se puede ver en el Libro de Ben Sira, a principios del siglo II a.C. Ben Sira declara que toda la sabiduría está en la Torá de Moisés, pero no se ocupa de ella en detalle.

Las actitudes hacia la Torá cambiaron, sin embargo, después del intento de Antíoco Epífanes de suprimirla. Los Macabeos, y sus descendientes los Hasmoneos, no eran especialmente piadosos, pero insistían en la observancia de aquellos aspectos de la Ley que tenían una importancia simbólica. Durante el siglo del dominio hasmoneo, vemos un "giro halájico" en la emergencia de una literatura como la representada por el Pergamino del Templo y los Jubileos, que aborda los aspectos legales de la Torá con gran detalle. También vemos el surgimiento del sectarismo, alimentado por los desacuerdos sobre los detalles de la Ley, como se puede ver especialmente en el manuscrito del Mar Muerto denominado Carta Halájica (4QMMT).

El registro arqueológico también muestra una creciente preocupación por la pureza en este período, atestiguada por la propagación de los miqvaoth y las vasijas de piedra. Los eruditos han abogado acertadamente por un "judaísmo común" en este período, basado en la observancia de los aspectos distintivos de la Torá, pero esto también depende del surgimiento del sectarismo, como se puede ver en los Manuscritos del Mar Muerto. Además, incluso los judíos que concedían una importancia básica a la Torá, a menudo sentían la necesidad de complementarla apelando a una revelación superior. Esto también se puede ver en los Manuscritos del Mar Muerto, y también más generalmente en la literatura apocalíptica. Ezra 4, escrito después de la destrucción de Jerusalén por los romanos, restauró a Ezra en los 24 libros "públicos" (los que conocemos como la Biblia hebrea), pero también en otros 70, en los cuales es "el manantial de la comprensión, la fuente de la sabiduría y el río del conocimiento".

La diáspora de habla griega, principalmente en Egipto, no muestra ese "giro halájico" del tipo que se encuentra en los Jubileos o en los manuscritos de Qumran, pero sin duda otorga una importancia central a la Torá de Moisés. Usualmente, sin embargo, la literatura de la Diáspora se enfoca en asuntos donde los judíos podrían esperar encontrar un terreno común con los gentiles ilustrados. Por lo tanto, se centra en el monoteísmo, en la evasión de la idolatría y en ciertos problemas relacionados con la sexualidad, pero rara vez se detiene en las leyes más distintivas, como las leyes alimentarias o la circuncisión. Cuando los autores de la Diáspora abordan estos temas, como en la Carta de Aristeas o los escritos de Filón, los interpretan alegóricamente, como símbolos de virtudes que un filósofo podría apreciar. Algunos eruditos han argumentado que la Torá fue reconocida como la ley práctica en las comunidades judías, pero esta afirmación no está respaldada por los papiros.

El primitivo movimiento cristiano se relacionó con la Torá de Moisés de varias maneras. El Evangelio de Mateo hace que Jesús diga que ni una como ni una tilde de la Ley expirará. El apóstol Pablo, por el contrario, adoptó una actitud polémica hacia "las obras de la Ley", aunque también pudo sostener que la Ley es santa, justa y buena. Pablo no era un universalista. Sostuvo que sus conversos gentiles fueran injertados en Israel, la "simiente de Abraham". Pero para Pablo, el "Israel de Dios" no estaba definido por la Torá de Moisés. Más bien era una nueva creación, basada en la fe en Jesucristo como el Mesías de Israel. Él no objetó la continua observancia de la Ley por parte de aquellos que nacieron judíos, pero socavó su significado en gran medida. La Ley sobrevivió, sin embargo, como la base indiscutible de la identidad judía en la tradición rabínica.

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