Monday, April 23, 2018

Gran artículo, a leer: Poder judío a los 70 años - Bret Stephens - NYT



Adam Armoush es un árabe israelí de 21 años que, en una reciente experiencia en Berlín, se puso una kipá para probar la afirmación de un amigo judío de que no era seguro hacerlo en Alemania. El martes fue asaltado a plena luz del día por un solicitante de asilo sirio que lo azotó con un cinturón por ser un "yahudi", que en árabe significa "judío".

El episodio fue captado en vídeo y ha causado un alboroto nacional. Heiko Maas, el ministro de Asuntos Exteriores alemán, tuiteó: "Los judíos nunca más se sentirán amenazados aquí".

Es un deseo que probablemente no se cumplirá. Hubo casi 1.000 incidentes antisemitas reportados en Berlín el año pasado. Un partido neofascista, Alternativa para Alemania, tiene 94 escaños en el Bundestag. El jueves pasado, un par de raperos alemanes ganaron un prestigioso premio musical otorgado en gran medida por las ventas de un álbum en el que se jactan de tener cuerpos "más definidos que los prisioneros de Auschwitz". La ceremonia de entrega del premio coincidió con el Día del Recuerdo del Holocausto.

Ser judío, al menos visiblemente judío, en la Europa actual supone vivir en un tiempo prestado. Eso no implica ninguna duda sobre la sinceridad y la buena voluntad de Maas y de otros líderes europeos que se comprometen a combatir el antisemitismo cada vez que un judío europeo es asesinado o una institución judía es atacada. Solo se trata de dudar de su capacidad.

Existe un límite para la cantidad de guardias armados que se pueden desplegar indefinidamente para proteger las sinagogas o escuelas judías, o para evitar que los monumentos conmemorativos del Holocausto sean vandalizados. También hay un límite para tratar de curar el fanatismo con apelaciones fervientes a la tolerancia. El gobierno alemán está reflexionando sobre una propuesta que pretende que los recién llegados al país visiten los campos de concentración nazis como una forma de engendrar un sentimiento de empatía por los judíos. Nadie parece considerar que, para los virulentos antisemitas - sobre todo procedentes de países musulmanes -, Buchenwald es más una fuente de inspiración que una de vergüenza.

Todo esto viene a la mente cuando Israel celebra esta semana (en el calendario hebreo) el 70 aniversario de su independencia. Hay muchos motivos para celebrar la fecha, muchos de ellos elevados: un renacimiento de la civilización judía, la creación de una aguerrida democracia liberal en un barrio despótico, el rescate ecológico de una tierra otrora estéril, el final de 1.878 años de exilio...

Pero hay una razón más básica. Los judíos no pueden confiar para su seguridad en la bondad de los extraños, y menos aún en la de los políticos franceses o alemanes. Theodor Herzl comprobó esto mismo con el affaire Dreyfus y fundó el sionismo moderno. La Europa post Hitler aún tiene mucho que aprender en lo que respecta a sus actitudes hacia los judíos, pero la tendencia es clara. La cuestión es el ritmo.

De ahí la solución elegida por Israel: su ejército, su bomba y su sólida disposición para usar la fuerza para defenderse. Israel no llegó a existir para servir como otro escaparate de la victimización de los judíos. Existe para terminar con la victimización de los judíos.

Ese es un asunto que los muy inquietos e hiper críticos de Israel podrían aprender. El viernes, los palestinos de Gaza regresaron por cuarta vez ante la valla fronteriza de Israel en protestas promovidas por Hamas. El propósito explícito de los líderes de Hamas era romper la valla y marchar sobre Jerusalén. Israel no puede permitirse eso, pues de hacerlo crearía un precedente que alentaría protestas similares, y más muertes, a lo largo de todas las fronteras de Israel, y ha usado repetidamente la fuerza letal para contrarrestarlo.

Sin embargo, los expertos occidentales sentados en sus tranquilos despachos piensan que esto es excesivo. Sería útil si pudieran sugerir tácticas militares alternativas a un gobierno israelí que lidia con una crisis urgente contra un adversario que juró su destrucción. Los expertos occidentales ni sienten ni padecen.

También sería útil si pudieran explicar cómo pueden insistir tanto en una retirada de Israel a las fronteras de 1967 y luego regañar a Israel cuando defiende esas mismas fronteras. Es obvio que estos hipercríticos vocacionales no pueden. Si estos expertos en sus cómodos despachos quieren persistir en sus exigencias de retiradas que durante 25 años han conducido a más violencia palestina, lo menos que pueden hacer es ser convincentes en su defensa de la indiscutible soberanía fronteriza de Israel. Pero de alguna manera, casi nunca están dispuestos.

El 70° aniversario de Israel ha ocasionado una nueva ronda de comentarios ansiosos, si no exactamente nuevos, sobre las diferencias entre los judíos israelíes y de la diáspora. Algunas quejas de la diáspora, especialmente con respecto a la religión y los refugiados, son válidas y deben ser escuchadas por Jerusalén.

Pero en la medida en que las objeciones de la diáspora son motivadas por su indiferencia, supuestamente no intencionada, ante las elecciones de seguridad de Israel, entonces las quejas son peores que irresponsables. Proporcionan el sustento moral para Hamas en sus esfuerzos por ganarse la simpatía para su estrategia de agresión desenfrenada y de peligro imprudente. Y fomentan la ilusión de que hay una manera fácil y moralmente inmaterial mediante la cual los judíos pueden ejercer las responsabilidades del poder político.

Aunque no es judío, Adam Armoush era uno de esos indiferentes en lo que respecta a lo que significa ser judío en el siglo XXI. Presumiblemente ya no. Para los judíos, es un recordatorio doloroso y útil de que Israel no representa a su vanidad. Representa a su salvaguardia.


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